Suelo revisar textos para publicación que han sido escritos directamente en inglés por hablantes no nativos (principalmente españoles, porque por lo general soy capaz de descifrar lo que intentan decir). Esta actividad me agrada bastante porque la temática es interesante, la redacción no está del todo mal y el trabajo no supone teclear demasiado, lo que mi brazo agradece ya que estoy empezando a sufrir de una lesión por tensión repetitiva.
Esta semana he tenido dos encargos de este tipo, y no podrían haber sido más distintos. El primer texto (y el más largo) era relativamente sencillo, pero el segundo contenía párrafos enteros en los que no logré entender absolutamente nada. Tras sudar tinta y dedicarle horas y horas, se lo envié a la agencia con comentarios pidiéndoles que me aclararan ciertos puntos y resaltando una buena cantidad de oraciones no solo gramaticalmente incorrectas, sino prácticamente imposibles de desentrañar.
Por lo visto yo soy demasiado inocente, pero la agencia sospechó de inmediato. Yo simplemente pensé que el escritor era una de esas personas que sobrevaloran su dominio de una lengua extranjera. De hecho, dado que algunas partes del texto no contenían ningún error gramatical y estaban relativamente bien, di por hecho que era obra de dos autores distintos con resultados visiblemente dispares. Sin embargo, tras consultarlo con el cliente final y comprobar que existía una versión en español, mi gestor de proyectos lo metió en el traductor de Google… y el resultado que obtuvo coincidía 100% con el texto que me habían enviado.
Está claro que el cliente esperaba ahorrarse un dinero consiguiendo una traducción a precio de revisión, pero le salió el tiro por la culata: ahora tendrá que pagar no solo por el tiempo empleado en la revisión (pese a que me fue imposible entregarles un producto final apto para publicación debido a la pésima calidad del texto original), sino también por una traducción.
Sin embargo, lo que más me sorprende de esta historia no es que el cliente tratara de buscar un atajo (en el mundo en que vivimos, tarde o temprano tenía que pasar). Como he dicho anteriormente, había partes del texto traducido con traductor de Google que no contenían apenas errores. En un principio pensé que era señal de que la herramienta no es del todo mala pese a sus evidentes defectos, pero no: tras analizar los textos fuente y meta, estas oraciones, a pesar de sonar bien, no decían lo mismo que el español original, y algunos significados se habían distorsionado completamente.
La lección que cabe extraer, especialmente desde el punto de vista del cliente, es que hay que tener mucho ojo a la hora de usar herramientas gratuitas como traductor de Google. En ciertas ocasiones pueden venir muy bien para hacerse una idea del significado general de algo que no entiendes, y de hecho yo misma las he empleado en más de una ocasión con ese fin cuando no domino el idioma, pero no pueden usarse para traducciones profesionales. Si necesitas tu texto en otro idioma, no te queda otra que tragar y pagar a un traductor que se encargue de hacer un trabajo en condiciones. Y sí, te costará más que una revisión, mucho más. Pero el resultado (si contratas a un traductor como Dios manda) valdrá la pena.
Esta entrada apareció por primera vez el 14/05/2014 en mi blog anterior.
This translation of my original post Warning about Google Translate is by Aída Ramos, an English, Portuguese and French into Spanish translator specialising in transcreation, marketing and advertising trading under the name Thinking Side.
Explore this blog by starting with the categories page
One thought on “El traductor de Google: Aviso a navegantes”