Parece una nueva moda. Si fuera una situación que sucede únicamente en España, diría que se trata de casos de “picaresca española”. Cada vez que un cliente me “cuela” un texto para revisar que ha sido traducido por Google Translate (u otro traductor automático) me imagino su cara de satisfacción pensando que me ha metido un gol y que se ha ahorrado un 50% de la tarifa con un simple click del ratón.